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Absolutamente prescindible.

Hola a todos, después de un libro de esos que te hacen pensar, no hay nada como la literatura de púo entretenimiento. Así que esta  semana he  leído una novela policíaca de Anne Perry, una de las más prolíficas autoras de Best sellers. Concretamente me decanté por: Un asesinato en Buckingham Palace, la vigésimo quinta entrega de la serie protagonizada por Thomas Pitt, que «solo» está  compuesta por treinta y tres novelas, casi ná.

El cuerpo de una joven prostituta ha aparecido tras una «fiesta», concretamente en uno d los armarios de ropa blanca del Palacio de Buckingham. El cadáver presenta horribles heridas. El jefe de la Brigada Especial Víctor Narraway y su mejor investigador, el inspector Thomas Pitt, serán los encargados de aclarar los hechos.  Estos, pueden socavar los cimientos de la Inglaterra Victoriana y la expansión del Imperio británico en África. El caso debe ser investigado con la mayor discreción, ya que en palacio, el Príncipe de Gales es el anfitrión de unos poderosos inversores que le plantean un ambicioso proyecto ferroviario.

Así que leyendo la nota de contraportada, que es básicamente el párrafo anterior, el libro pintaba interesante. Una novela policíaca, ambientada en una época interesante, con personajes poderosos implicados y además me abría la posibilidad de encontrarme con una larga serie de esas que vas acompañando a los protagonistas a lo largo de su vida. La idea de que podía estar ante una saga como la que escribió Patrick O’Brian protagonizada por Jack Aubrey y Stephen Maturin, hacía que me relamería. ¿Encontraría secundarios fascinantes como Tom Pullings o Barrett Bonden? ¿Cambiaría la Armada por la Policía de Su Majestad Británica? La respuesta la encontré después de muy pocas páginas: ¡no, no y mil veces no!

Intentaré explicarme diciendo el menor número de barbaridades posibles. Los protagonistas de la serie: Pitt y Narroway (a la Sr Pitt en esta novela solamente se la menciona), son personajes vacíos, sin alma, estereotipos que hemos visto o leído infinidad de veces. Su frescura es nula. ¿Cuántas veces y en cuántos escenarios hemos visto  un policía que ya no pisa la calle pero que consigue información gracias a sus relaciones personales?, pues eso y nada más que eso es Víctor Narraway. El bueno de Pitt es uno de esos «polis» con gran sentido de la justicia, de aspecto algo descuidado y grandes dotes de investigador, ciertamente novedoso ¿verdad? Por cierto, la que descubre todas las pruebas es Gracie Phipps, criada particular del matrimonio Pitt, que trabaja infiltrada en el servicio del palacio ¡originalidad jamás vista! En cuanto a los sospechosos, como diría el Capitán Renault en Casablanca son los habituales: unos señores muy ricos y con pocos escrúpulos (no falta el que se pasa con el alcohol, ni por supuesto el que  maltrata a su mujer), la señoras menos bobas de lo que aparentan y recelosa de la belleza y de los modelitos de las demás. Por descontado no faltan matrimonios de conveniencia e infidelidades… ¡Que no se respire miseria! También echamos de menos a algún militar destacado mucho tiempo en el Raj o el Punjab, o al menos de los Royal Scots. Otra media docena de lores y ladies, tampoco habrían sobrado, que en una novela de la época Victoriana siempre hay pocos. El servicio también lo tenemos completo, con su ama de llaves, el mayordomo, cocinera, doncellas, lacayos, aunque no nos habría sobrado un caballerizo borrachín y un poco rijoso, que el toque cockney nunca está de más. Como se puede comprobar todo a estrenar, huele como los coches recién salidos del concesionario. En fin…

Como era de suponer la trama no desmerece a la creación de personajes, plena de sub tramas que aportan a la obra lo mismo que un terreno de juego embarrado a un partido de futbol: innecesarias y previsibles en el mejor de los casos y unos recursos narrativos que siempre terminan en un callejón sin salida que son más que obvio desde el segundo párrafo. Tampoco es nada desdeñable lo del baúl, tan infantil que casi podemos calificarlo de  de un insulto a la inteligencia del lector. La novela es reiterativa y predecible. No es necesario que en cada comida se nos detalle el menú o las ropas de las señoras, curiosamente la de de los caballeros nunca se describen. ¿Cenan con esmoquin o en pijama, de frac o con chándal? A esta cuidadísima pulcritud en la documentación debemos añadir esos detalles que  es imposible pasar por alto. Por no ser exhaustivo ni cruel apunto un par de ellos. ¿Es medianamente verosímil que un simple inspector de policía vaya a tomar el té con la esposa del heredero de la Reina Victoria de Inglaterra con barba de tres días y con la camisa mal planchada? ¿Es medianamente creíble que el Príncipe de Gales y sus amigos, por muy putañeros que sean, metan furcias del East End en el Palacio de Buckingham? Pues docenas de estas perla contiene esta novela que a mí me parece más histriónica que histórica. Son conmovedores los registros léxicos manejados por la autora, habla igual el limpiabotas de un burdel que el futuro Eduardo VII del Reino Unido. No escribiré lo que dijo Romanones cuando después de comprar a casi todos los académicos de la Española de la Lengua no le voto ni uno, que todos lo hemos oído.

Sigo con mis preguntas: ¿es admisible que en un libro de poco más de trescientas cincuenta páginas se nos describa físicamente, a un personaje, su porte, su mirada, su carácter dos veces y en la misma situación y en unos pocos días en el transcurso de la narración? Parece que a la autora el té la confunde, como a otros la noche. Eso puede decir que, o bien una de las mayores empresas editoriales del mundo no dispone ni de editores, ni correctores ni lectores profesionales… Que la autora escribe como el que oye llover, casi ciento diez libros en cuarenta y un años de carrera. Parecen muchos y hay una tercera opción mucho más “oscura”.

Así que puedo afirmar que este ha sido mi único acercamiento a la tan vasta como basta producción de Anne Perry.

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