¿Cómo lleváis la llegada del frío? Yo os confieso que regular, pero que esperamos si en «diez minutos» nos plantamos en diciembre… Así que si os avergüenza este indigno Mundial de fútbol o estáis hartos de ver series, pero os apetece quedaros en casa con un chocolate calentito: os queda la lectura. Como uno es de piñón fijo, está semana he leído el último, de momento, de la serie de Lorenzo Silva protagonizada por Bevilacqua y Chamorro: La llama de Focea.
Una joven peregrina ha sido violada y asesinada mientras hacía el Camino de Santiago. Cuando se identifica el cadáver como Queralt Bonmatí saltarán todas las alarmas en la Guardia Civil y no sólo por el asesinato. El padre de la víctima es un político, ahora empresario, a quien el Servicio de Información investiga por su implicación en lo más turbio del independentismo catalán. La Benemérita confiará el caso a su mejor equipo de investigadores: el mandado por el Subteniente Rubén Bevilacqua. Vila tendrá que lidiar con el caso, con las altas esferas y sobre todo con su pasado.
La llama de Focea trascurre en dos líneas temporales, por un lado la actualidad, por otro los primeros años noventa. En la primera se desarrolla la investigación del caso, en la segunda conoceremos cómo y porqué un joven Bevilacqua se traslada del Servicio de Información al de Policía Judicial y tanto una como otra resultan interesantes. La resolución de la muerte de Queralt es una intriga policíaca bastante bien construida y en la que además de varias líneas de investigación, Vila y su gente jugarán con una baraja marcada y en la que Rubén no podrá sincerarse ni con su inseparable Chamorro. Los capítulos que se desarrollan en la Barcelona pre y post Olímpica nos muestran a un Guardia Civil joven que pese a llevar pocos años en la «empresa», como la llama él, ya ha visto y probablemente hecho demasiadas cosas… Ese Vila qué mediados sus veinte años es casado y va a ser padre busca echar raíces y parece que puede hacerlo en aquella que Eduardo Mendoza bautizó como La ciudad de los prodigios. Conoceremos por boca de él mismo el resultado de aquella apuesta más personal que profesional.
En este libro ha habido algo que me ha chirriado un poco, ha sido lo relativo al independentismo catalán. Es lógico que este tema aparezca en una novela en la que Barcelona es uno de sus escenarios principales, lo que a mí me parece menos lógico es su omnipresencia. Por muy neutral, otros dirían que equidistante que sea la actitud del autor sobre el tema, pese a tratar de ver el asunto desde los orígenes históricos y a la abundancia de referencias historiográficas y literarias, creo sinceramente que éste no era el libro para ello. Esto es una novela, si Lorenzo Silva quiere escribir un ensayo sobre el particular, me parece perfecto y seguramente sea interesante. No creo que sea el único lector que acude a la ficción para abstraerse de la realidad del día a día y sinceramente el tema del independentismo catalán lo tenemos hasta en la sopa. Con todo el respeto del mundo creo Señor Silva que en este libro “Això avui no toca”.
Siempre es agradable encontrase con los viejos amigos y eso son para mí estos personajes creados por Lorenzo Silva y es que son mucho años compartiendo investigaciones con estos Guardias., desde el año 1998 para ser exactos. En este casi cuarto de siglo hemos visto como de aquella tímida Guardia que era Virginia Chamorro se ha convertido en una investigadora tenaz que nada tiene que envidiar a su mentor. Salgado sigue siendo tan explosiva como siempre pero con el poso que da la madurez y el dominar el oficio. La Guardia Lucia ya no es aquella niña que parecía estar disfrazada con un uniforme verde, si no una mujer joven que aprende de los mejores. ¿Y aquel chico al que Bevilacqua llamaba Juan en todos los idiomas? Pues es el Cabo Arnau sigue tan callado como siempre y con una capacidad de trabajo que sin duda le llevará a progresar en la “empresa”. Pereira hace mucho tiempo que dejo de ser el “señorito de Vila y como era de prever ha hecho carrera, hoy es Teniente General y el uniformado de más rango en el Instituto Armado, aunque con más o menos galones sigue siendo su viejo amigo, su compañero de peligros, el uno de los de la calle, el otro de los que hay en los despachos.
Como es de justicia dejo un sitio especial para Rubén Bevilacqua. Un tipo que desde el primer momento me cayó bien, alguien callado pero que no se calla, irónico sin llegar a ser mordaz, que prefiere un libro a la tele, una persona leal de las que van de frente y de las que primero piensan y luego actúan. En La llama de Focea conoceremos su parte más oscura, casi siniestra, esa que pone a una persona al borde de un abismo y que a veces la lleva a saltar. Para mí ha sido duro conocer esa cara B de Rubén: la de la mentira, la de la infidelidad, en definitiva esa que sospechamos que todo el mundo tiene pero queremos que no nos la muestre.
Como he titulado el post esta novela tiene un cierto aroma a despedida. Durante ella Vila habla con su gente, incluyendo con su propio hijo como lo haría un padre anciano que sabe cercano su final. Preocupándose por lo que será de ellos cuando falte y evaluando las posibilidades que tiene cada uno en esa vida de la que pronto sólo les pertenecerá a ellos. Espero equivocarme, pero parece que Silva esta cerca de jubilar a su personaje, veinticinco años son muchos años. Lo único que le pido es que no le “mate” convirtiéndole en un chupatintas y que a pesar de ser probablemente el Guardia Civil menos marcial que haya le retire con honores. Si los lectores protestan recuerde Sr. Silva que Conan Doyle resucitó a Holmes y el mundo siguió girando.
P.S. Me ha parecido entrañable el homenaje que rinde Lorenzo Silva a Domingo Villar al convertir a Bevilacqua en lector de la primera novela del autor gallego fallecido el pasado mes de mayo.
¡¡¡ SEÑOR PUTIN SE CUMPLEN YA NUEVE MESES DE SU INVASION!!! .¡¡¡ DETENGALA!!!
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