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Comandos de «pobredumbre» Torturando impunemente. Apestan a odio y miseria. Dejan un rastro de muerte.*

B

Buenas, no penséis que me echado a la molicle y la vagancia por el calor y que no leo, aunque  un poco sí. El caso es que estas dos semanas he leído tres libros, dos de ellos de auto consumo. El primero sobre la II Guerra Mundial: Brandeburgueses, escrito por Lawrence Paterson, trata del papel de los “comandos” alemanes, interesante pero un poco tedioso por el tono excesivamente académico. El otro es: Orwell en España.Sabía que por casa estaba un viejo y maltratado, casi desencuadernado por el uso, ejemplar de Tusquets, al fin lo encontré. Contiene el muy cacareado y creo que poco leído “Homenaje a Cataluña” además de  bastantes textos que lo complementan – correspondencia, artículos…-. Un libro que a los irredentos  de Mr. Blair nos parece indispensable por la evolución personal y literaria de su autor. Y por fin el libro que me gustaría compartir con vosotros: El pasajero de Ulrich Alexander Boschwitz. Una novela que guarda cierta relación con los otros dos libros. Por un lado tenemos el tema de la guerra que pronto va a estallar y por otro el desencanto y la desesperanza ante el derrumbe de la concepción que tenemos de la vida.

En noviembre de 1938, el régimen nazi se quita definitivamente una careta que a duras penas ocultaba su verdadero rostro. Entre el 9 y el 10 se  organizó uno de los mayores pogromos que se recuerde en varios siglos: la “Noche de los cristales rotos”, una orgia de muerte y destrucción que desembocará en la industrialización del asesinato. Otto Silbermann, un “buen alemán” que combatió en la “Gran Guerra” y que ahora es un prospero hombre de negocios, que vive en un acomodado barrio berlinés tratará de salvar su vida. Todo iba bien para Otto y su esposa aria, hasta que una desdichada tarde, esa “banda de la porra” que fueron las SA, irrumpen en su casa para detenerlo: es un judío. Silbermann consigue, en un principio, escapar de las hordas de camisa parda. Con una respetable  cantidad de marcos, dejará atrás a su mujer, a su vida, sus negocios y emprenderá una huida en la muy eficaz red ferroviaria del Reich, paradójicamente será su refugio, se convierte en uno de esos cientos de miles de judíos errantes que tratarán de salvar sus vidas.

Esta es una novela breve pero muy intensa. Un libro más duro en el fondo que en las formas. En él apenas aparecen apaleamientos, torturas o asesinatos, pero el desasosiego de Otto y su incapacidad de entender lo que le ocurre a su país y a él mismo, son más que suficientes para sobrecogernos. ¿Como su socio, sus vecinos, sus  Patria – esa por la que hace menos de veinte años le condecoró por su valor en el frente-, ahora le ignoren, le quieran r

obar y apresar? Muy sencillo: es un sub humano. Y eso lo ha decidido un grupo de arribistas sin escrúpulos y logreros encabezados entre otros por un pintor frustrado, un gacetillero rijoso, un aviador morfinómano y un granjero fracasado. Simplemente demencial.

Silberman es un viajero en un doble sentido. Físicamente viaja por media Alemania –Hamburgo, Dresde, Berlín, en busca de una oportunidad para salir de ese manicomio en el que se ha convertido el país. Pero también es un viajero en su fuero interno y personalmente es este viaje el que más me ha impactado. Nuestro “pasajero” es más Otto que Silberman. El es uno de tantos ciudadanos de clase acomodada que convive con el nacionalsocialismo desde que en 1933 Hitler ascendiera al cargo de Canciller, un hombre que no se mete en política, que está centrado en su familia y en sus negocios. Alguien que no se siente amenazado por los nazis, no en vano su socio, su cuñado o su vecino son miembros del partido y no los tiene por gente peligrosa. Como buen burgués muestra un cierto recelo de las clases más desfavorecidas, sea su “raza” la que sea. Resulta curioso que en ningún momento de la obra haga referencias a las festividades de los judíos o cite la Torá, no concede ninguna importancia a eso. Según va avanzando la narración va tomando conciencia de que su apellido se va convirtiendo en un lastre, algo de lo que jamás se podrá librar y que viaje tras viaje, compañero de vagón tras compañero de vagón le irán recordando. El mundo se hará más y más opresivo hasta que un día en lugar de convertirse en escarabajo como el kafkiano Gregor Samsa, se metamorfoseará  en un Untermensch. Ese día, ya agotado de esperar su propi fin, se rebelara. Seguramente a Otto Silberman, como a tantos otros aun le quedará por hacer un viaje en tren: el último.

Si la historia del bueno de Otto nos sobrecoge, aun más lo es la peripecia del autor. El posfacio de Peter Graf en el que nos resume la breve pero intensa vida del autor no nos dejará indiferentes. Graf, es una suerte de arqueólogo que ha rescatado varias obras de ese oprobioso periodo de Alemania que como   Hermanos de sangre de Ernst Haffner, que ya comentamos, o “El pasajero”  han pasado décadas hasta volver a ser publicadas. El libro qu noa ocupa ha tenido que esperar ochenta años para ser leída en Alemania. Una novela para leer con paso corto pero con vista larga. Impresionante.

*Cucarachas -Leño -1980-.

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