Hola, vuelvo a compartir un libro después de una semana de silencio y esta vez no es porque haya estado muy ocupado viendo a treinta tipos gigantescos sacudirse por tener la posesión de un balón ovalado, no. Como todos contemplo horrorizado la invasión de Ucrania por las tropas rusas, los mercenarios del Grupo Wagner y unos cuantos miles de chechenos a los que mejor no calificaré. Perplejo ante la televisión contemplo en color y 4K imágenes que había visto en blanco y negro. En ellas los carros de combate rusos, devastaban las mismas ciudades y pueblos que hace ochenta años asolaron los alemanes. En las de hoy veo morir a los bisnietos de esa pobre gente, su pecado, el de aquellos y el de estos: habitar las que un día definió Timothy Snyder como Tierras de sangre. Bueno, ya dejo de divagar y me centro en el libro de la semana. Como no podría ser de otro modo tiene que ver con la guerra y con Ucrania, se trata de El maestro Juan Martínez que estaba allí, escrita hace muchos, muchos años por Manuel Chaves Nogales.
Juan Martínez fue un tipo exótico. ¿Cómo definir a un señor nacido en Burgos, criado en la madrileña calle de Leganitos y que triunfó en media Europa como bailarín de flamenco? Si a esto se le añade que tratando de escapar de la Primera Guerra Mundial acabó en la Rusia de la Revolución y la posterior guerra civil y que casi todo esto le pilló en Kiev. Podemos decir que más que exótica, su vida es surrealista.
Lo cierto y verdad, es que me da mucho pudor comentar este libro y es que después del prólogo de Andrés Trapiello o se sabe mucho o se es un inconsciente. Por supuesto yo pertenezco al segundo grupo. Intentaré no hacer el ridículo demasiado y trataré de aportar algo de cosecha propia. Así que si el prologuista no ha visto la necesidad de resaltarlo, será una obviedad. Es brillante el paralelismo que Trapiello establece entre Martínez y los pícaros de nuestreos clásicos, son tipos que siempre miran por lo suyo, que se mueven en las fronteras de lo aceptable, personas que hacen cosas que no harían en circunstancias normales. Pero, ¿acaso las situaciones en que se ve envuelto Lázaro lo son? Pues las de Martínez aún lo son menos. Personalmente creo, que el protagonista también tiene mucho de Sancho, de esos que creen, como reza el dicho: “sálveme yo sálveme Dios”. Martínez, como el escudero de Alonso Quijano, es capaz de mantener los pies en el suelo sin perder el norte pese a verse inmerso en situaciones demenciales. Ambos lo único que quieren es vivir tranquilos y poder ganarse la vida.
Algo, mejor dicho, alguien a quien ni el autor ni el prologuista dan demasiada importancia, es a la mujer de Juan Martínez: Sole, a la que muy gráficamente Trapiello, describe en el prólogo, como «un nombre sin habla». Humildemente, discrepo, creo que Sole, «la Sole», es mucho más que eso. Es una presencia permanente, como las figuras que en un cuadro aparecen en segundo plano, pero que si son suprimidas la obra queda mutilada, incompleta, Martínez no sería el mismo sin Sole. A lo mejor os parezco un poco exagerado, pero después de releer las últimas veintitrés páginas del libro, creo que sin ella no tendría razón de ser Juan Martínez.
Estas últimas dos semanas, quien más y quien menos habrán escuchado en la radio o leído algún artículo que hace referencia a El maestro Juan Martínez que estaba allí. Generalmente, en ellos se resalta la brutalidad con la que desde el primer momento se emplearon los comunistas, en su criminal ideología y en particular en sus actividades en Ucrania. Pero siendo esto indudable, el libro de Chaves nos cuenta atrocidades de “blancos” y de “rojos”, también de Los pogromos que los cosacos lanzaron contra los judíos de Kiev .Lamentablemente, esto a no pocos de los que han citado esta obra, se les ha, digamos… pasado comentar, eso es inaceptable para Martínez, para Chaves y para cualquiera que quiera saber.
Esta obra rezuma sangre, hambre, vileza y muerte, pero también contiene lo mejor del ser humano: la fraternidad, el amor, el afán por sobrevivir, en eso creedme, Juan y Sole, no me cansaré de ensalzarla, son maestros.
El libro, como se afirma en el prólogo, es de difícil catalogación, porque no nos queda muy claro si estamos ante unas memorias, una novela o un reportaje periodístico. Sea lo sea desde la primera página interesa al lector. Tal vez por su estilo directo y asequible, no olvidemos que en teoría nos habla un flamenco a través de un periodista, o sea alguien del pueblo y un escritor que suele dirigirse al gran público. Es probable que lo que nos atrape, sean los hechos, esos que Martínez simplemente se limita a exponer con la objetividad del que no se siente concernido, él es un extranjero que no toma partido por unos o por otros, cuenta lo que ve. Quizá quien nos llame la atención sea el propio protagonista, su voluntad de sobrevivir, su dignidad, su humor negro, negrísimo o esa filosofía de “a las penas puñalás” con la que afronta la vida. Sea por cualquiera de estos motivos o sencillamente porque estamos ante de un libro honesto, de un autor de quien todos hablan y al que muy pocos han leído, merece la pena darle una oportunidad.
Termino con un ruego como lector y una exigencia como persona:
No quiero que la Premio Nobel de Literatura Svetlana Aleksiévich tenga que escribir la segunda parte de: Los muchachos de zinc. Con una ya tuve bastante.
La personal, es:
¡¡¡SEÑOR PUTIN RETIRE LAS TROPAS, YA!!!
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