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¿Hasta cuándo…?

¿Cómo va las cosas?, deseo que bien. Esta semana me gustaría compartir con vosotros Línea de fuego, la última novela del casi siempre controvertido Arturo Pérez Reverte. Normalmente no leo nada sobre la última guerra civil española, porque sí, ha habido más que la de 1936-1939. Os explicaré el motivo de ese “desinterés”. Soy de esa generación de cincuentones, los que somos nietos de viudas. Esos que cuando íbamos a su casa a comer paella los domingos, veíamos en una cómoda una foto de un señor, amarilleada por el paso de los años y por el manoseo de quienes un día dejaron de tocarlo. Un señor que no nos pudo llevar al parque, al futbol o, comprarnos un helado o  leernos un cuento y me da igual quién y por qué me / nos  lo quitaron. Es este sentimiento extraño de pérdida de lo que nunca se ha tenido por el que no leo, ni veo prácticamente nada sobre  esto.

En una tórrida noche de finales de julio de 1938, la del 25 por ser más concretos, el ejército popular de la República  cruza el Ebro por distintos puntos para emprender una ofensiva que pretende ser definitiva: acaba de comenzar  una de las más cruentas batallas de la guerra. Castellets del Segre es el objetivo de la XI Brigada Mixta. Las fuerzas sublevadas no están dispuestas a ceder ni un palmo de terreno así que los unos y los otros se aprestan a matar y a morir

Empezaré con una obviedad: estamos ante una novela bélica pura y dura de casi setecientas páginas, por tanto, a los que no os gusten o el género o los libros de gran tamaño deberíais pensarlo un poco antes de meteros con él, porque páginas y tiros hay muchos. Personalmente me han sobrado acciones de combate, pues aunque al autor le sirvan para exponer las razones que cada combatiente, a título individual, tiene para luchar, y lo hace de un modo ameno, muy trabajado y bastante imparcial, puede resultar un tanto reiterativo. Si fuera una película yo me atrevería a decir que le sobra metraje. Para un lector no especialmente familiarizado con el tema puede resultarle un poco repetitivo. Sin embargo para aquellos que estén interesados en la Guerra civil de 1936-1939 sabrán apreciar el exhaustivo trabajo de documentación llevado a cabo por Pérez Reverte, que detalla desde las armas a la uniformidad de los combatientes a la ropa que visten o el tabaco que fuman. Insisto, una joya para el lector más avisado.

En una batalla de las dimensiones de la del Ebro, en la que aproximadamente combatieron trescientas mil personas, se lanzaron, o tal vez fueron enviadas a matarse durante casi cuatro meses y en la que unos cuarenta mil murieron, el académico cartagenero tiene personajes para escoger. De aní esta miscelánea de soldados, milicianos, requetés, hombres y mujeres que pasarán a la historia como carne de cañón. Es lo que más me ha interesado, y porque no decirlo, en algunos pasajes me ha conmovido. Patricia “Pato” Monzón, Ginés Gorguel, Julián Panizo, Santiago Pardeiro, Oriol les Forques, Selimán al-Barudi… Esos son algunos de los personajes que desfilan, nunca mejor dicho por la novela. Personas de todos los colores y no solo rojo y azul. Darse humanos que afrontan un destino terrible de muy distintas maneras, pero que en el fondo no dejan de ser una emplea de Telefónica de Madrid, un carpintero de Albacete, un minero murciano, un estudiante gallego, un pijo de Barcelona y un “moro” que lleva pegando tiros desde que tenía uso de razón a españoles o franceses, siempre y cuando reciba unas monedas por ello. Vamos, toda una tropa fuertemente ideologizada. ¡Una leche! Todos unos pobrecitos enviados al matadero ir los Camaradas Ricardo  que predica la revolución por sangre ajena y los “pater” que les confiesan antes de exhortarles a matar a sus semejantes. ¡QUE INFAMIA!

La línea de fuego ha sido una lectura por momentos amena, por momentos tediosa, pero que al final me ha hecho pensar y plantearme un par de preguntas: ¿Por qué los nietos, cuando  no los bisnietos de los señores de las fotos amarillentas que veíamos los domingos, no somos / son capaces de perdonar? Esas viudas, las que tuvieron la capacidad de olvidar, esas abuelas o bisabuelas que nos hacían arroz los fines de semana, son o fueron generosas no como las generaciones actuales. La otra es aún más complicada: ¿Por qué solamente pensamos en lo que le hicieron a nuestro señor de la foto y no en lo que él pudo hacer a otros? Acaso  solo los abuelos y bisabuelos fueron víctimas o quizá fueron verdugos. Que incómodo ¿no?

Por favor  ya hemos tenido suficientes ¡No pasaran! y de ¡Ya hemos pasado! Solo queríamos que nos dieran  un cachete o nos llevaran al Zoo. Porque a vosotros, veinteañeros o treintañeros, si os llevaron los abuelos, a muchos de nosotros no. Por favor no sigáis matándolos, mirad al mañana y no a ayer.

 ¡BASTA, BASTA Y HASTA EL INFINITO BASTA!

P.S. Don Arturo se echa de menos algo más de crítica a sus “colegas” de la prensa, que hubo muchos profesionales serios, pero también bastantes Kim Phil y mucha Martha Gallón…

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