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Pasado de faena.

Espero que el refranero tenga razón y que se cumpla aquello de Año de nieves, año de bienes, pero entre el “bicho” que sigue rampante y “los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa”, que diría Mesonero Romanos, apuntan a que 2021 va a ser tan largo como 2020 y eso que no es bisiesto. Esta semana me gustaría daros mi impresión sobra Rey Blanco de Juan Gómez-Jurado, la de momento, última entrega de la serie protagonizada por Antonia Scott y Jon Gutiérrez. Una novela que todos esperábamos con gran interés, y que pese a algún que otro retraso, sea por la pandemia o sea por mi dejadez he ido aplazando su lectura.

Siempre que el teléfono de Antonia Scott suena ocurren cosas y generalmente no son buenas. Antonia lleva meses esperando un mensaje de alguien a quien no ha podido olvidar. Esa persona cambó su vida y la de su familia. Ella y el Inspector Gutiérrez iniciarán una persecución implacable que les llevará al límite de sus fuerzas. Saben que solo tienen una opción, vencer en este enfrentamiento tanto físico como intelectual. La otra es la muerte.

Las novelas de Gómez-Jurado son lo que son. Tanto para lo bueno como para lo que no lo es tanto. Este autor tiene un sello propio al que suele ser fiel y Rey Blanco no es una excepción. Plena de ritmo, de acción, de tremendos malvados y de una violencia extrema. Es precisamente ese estilo tan marcado, el que en mi opinión ha llevado al autor a recrearse en lo formal dejando en un segundo plano lo literario. Por decirlo de algún modo es una novela que presta casi tanta atención a lo escrito  como a lo visual, por momentos es más un guión que un libro. Esta es una tendencia que cada vez es más acusada entre muchos autores, parece que están pensando más en que cualquiera de las plataformas digitales compre los derechos de su obra para adaptarlos y hacer una serie que en el lector que ha comprado el libro. Entiendo que el dinero está ahí, pero como lector no termina de gustarme esta tendencia creativa multimedia más que literaria. Además si el libro es bueno se termina llevando a la pantalla.

En cuanto a los personajes, no hay grandes incorporaciones ya que básicamente son los mismos que en las anteriores dos novelas de esta “serie”. Aunque como es lógico todos evolucionan, unos a mejor y otros a peor. Algunos secundarios como el padre de Antonia se hace más presente –tienen más papel- aunque yo creo que el autor los utiliza más como instrumentos que como personajes que tengan una historia que nos pueda interesar y este en concreto la tiene. Otros como Jon han crecido, y no hablo de su tamaño, personalmente en la primera novela –Reina roja– me parecía un personaje tópico, una caricatura propia de chistes de los de Bilbao –grande, noblote, de buen comer y muy de recurrir a lo de “mecaguen”-. Pero ya en Loba Gris empezaba a resultarme más interesante y en esta tercera entrega se destapa como alguien con quien no me importaría tomar un vino. Es de lejos, el más, por no decir el único, personaje con el que me pueda identificar, muy alejado de cerebritos más o menos siniestros y súper analíticos. Gutiérrez piensa y siente como un tipo de la calle, que es lo que es y lo que somos la mayoría  de los lectores.

Personalmente me ha dejado un poco frio el enfrentamiento entre Sandra y Antonia, dos cabezas tan peculiares como privilegiadas, pero me he quedado con las ganas. Ambas bailan al son de White un estereotipo de villano de las pelis y lo comics que por momentos nos recuerda a Joker, pero que no tiene su calado. La mente de ambas queda minimizada, una como un pelele que sigue el camino marcado por él y la otra reducida a una asesina en serie con ínfulas de Irma Grese,capaz de gasear a una docena de personas a las afueras de Madrid en pleno siglo XXI.

Por  momentos mientras leía Rey Blanco pensé que estaba ante una especie de “Ensayo sobre la locura” pero al final me encontré con una panda de pirados. Eso sí el libro te enancha, yo creo que me lo leí en cuatro o cinco días. ¿Entretiene? Si. ¿Es una joya?, no. Según yo lo veo, es un libro de consumo que cumple de una manera mucha más que digna su función. Aunque sea un relato un tanto desigual por momentos parece que el autor va por detrás de la novela, como un torero que alarga la faena y se dedica a perseguir al animal por la plaza sin ser capaz de dominarlo. El final me planteó una pregunta: ¿Todo esto, para esto?

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