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Pesadillas otomanas.

Otra semana, otro libro, otro día idéntico a los últimos doscientos… No se vosotros, pero yo empiezo a estar harto de virus y de incompetentes. Cansado de ver como se nos cae el mundo a pedazo ante nuestras mismísimas narices sin que podamos hacer nada. Sin que los que deben evitarlo, estén en cualquier cosa menos en la que deben estar. No, no es que esté deprimido, afortunadamente mi familia y yo mismo estamos mejor que muchos: todos sanos y casi todos con trabajo. Pero  estoy cansado, aburrido, hastiado, hasta las… Así que el libro del que os voy a hablar esta semana no es la alegría de la huerta, aunque es de esos que consiguen atrraparte por su inteligencia, su belleza y su capacidad de hacernos pensar, y eso en estos tiempos de mendacidad es un autentico lujo. Así que después de este desahogo, que falta hace,          os presento El palacio de los sueños de Ismail Kadaré

El Palacio de los sueños es un edificio magnifico, grandioso, pero mucho más lo es el poder que albergan sus innumerables sala y pasillos. Mark-Alem es un joven de origen albanés que está más cerca de los treinta que de los veinte y afronta su primer día de trabajo en el todopoderoso palacio de los sueños, el Tabir Saray. Todo esto parecería normal pero como casi siempre hay matices. El Tabir Saray se dedica a escrutar, clasificar y archivar los sueños de los millones de súbditos del Imperio Otomano. Mark-Alem, además pertenece a la familia Qyprilli, una estirpe de visires, políticos y militares que siempre ha estado cerca del poder o lo ha ejercido. La obra nos narrará su meteórica carrera en el palacio.

Algo que llama poderosamente la atención de esta novela, es la poca o nula importancia que deliberadamente el autor da a los personajes. No profundiza en su vida o en sus sentimientos. Son engranajes de una maquina, ya sea del estado, o como le ocurre al protagonista de su poderosa familia, son más instrumentos que personas. Eso hace que la lectura nos trasmita una enorme sensación de angustia. Es por así decirlo, un ambiente kafkiano que da verosimilitud a situaciones absolutamente demenciales: los correos recogen los sueños, los entregan en el palacio donde una legión de burócratas los clasifica  interpreta  y elige el llamado sueño maestro que cada semana presenta al soberano y este tomará medidas que afectarán a todo el Imperio. Es probablemente el mecanismo de control de la población más eficaz y exquisita que yo haya leído. El control es mucho más sutil y más efectivo que en 1984 de Orwell, por poner un ejemplo clásico. Sencillamente terrible.

La novela de Kadaré es una crítica a los regímenes totalitarios, que anulan la voluntad del individuo en virtud de un bien superior que es el de la sociedad, pero que paradójicamente impone una elite dirigente al margen de la comunidad. El libro se publico a finales de los años setenta, cuando Albania, el país natal del autor y de la que es originaria la familia Qyprilli, estaba gobernado por un déspota llamado Enver Hoxha. Por tanto, este escritor ganador del Premio Príncipe de Asturias de las letras en 2009 ha experimentado en sus propias carnes lo que es el totalitarismo más absoluto y descarnado. Como sobre este asunto hay muchísima bibliografía no voy a extenderme, pero si no os importa me gustaría compartir con vosotros un pensamiento que según iba avanzando en la lectura acudía con más frecuencia a mí cabeza.

Pero tranquilos, no voy a hablar de política, que de eso ya tenemos bastante. Os contaré mi reflexión. Los habitantes del Imperio del libro lo que hacen es enviar de un modo más o menos voluntario sus sueños para que estos sean analizado y para que un gobernante despótico tome decisiones que les puedan afectar tanto individual como colectivamente. ¿No veis cierto paralelismo con algo tan actual como las redes sociales? Hoy todos y especialmente los más jóvenes las utilizamos, y en cierto modo en ellas exhibimos y mostramos nuestros gustos, nuestros sueños. Estos son analizados ya no por unos abnegados funcionarios en salas gigantescas en las que siempre hace frio, si no por potentes ordenadores que gracias a sus algoritmos los van archivando, clasificando e interpretando, hasta que finalmente poderosas compañías adopten decisiones que nos van a terminar afectando. Estas además hacen que generemos nuevos deseos / sueños. Tal vez sea un desvarío por mi parte, pero yo creo que el Tabir Saray se parece demasiado a las redes.

El palacio de los sueños pese a ser una obra densa, aunque mucho menos que este post, se lee con enorme facilidad. Está escrita con palabras muy sencillas que nos explican conceptos muy complicados. El estilo es directo pero elegante incluyendo algunos párrafos de gran belleza. Un libro de esos que hay que leer tanto por su fondo como por su forma, pero que requiere tranquilidad, tiempo de calidad para invertirlo en su lectura.

P.S. Para los que se apunten a mi descabellado, o no, paralelismo entre la novela y las redes, os recomiendo el interesante documental de Netflix titulado “El dilema de las redes”.

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