¿Cómo os van las cosas?, espero que razonablemente bien. Yo aún ando convaleciente de los daños que me causó la lectura de la pasada semana ¡menuda joya! Así que para terminar de restablecerme y de paso para desagraviar a las autoras en inglés y que han publicado «series», aunque mucho más modestas que las de la Sra. Perry, apenas cinco “libritos”, nótese la ironía. Esta semana os traigo: Los años ligeros de Elizabeth Jane Howard. Quien, como dice Martin Amis, hijastro de la autora, opinión que humildemente comparto, es junto con Iris Murdoch una de las mejores escritoras del Siglo XX en lengua inglesa.
Los Cazalet son una familia acomodada, aunque no inmensamente rica. Llevan una plácida vida burguesa gracias a la empresa maderera creada por William, el patriarca de la familia. Como cada verano, en los de 1937 y 1938 los hijos, la hija, las nueras, los nietos y algunos parientes políticos, además del personal de servicio, acuden a Home Place. La casa de campo en Essex, en la que disfrutan de lo cotidiano. Los días de playa, tardes de té, excursiones campestres y juegos infantiles transcurren plácidamente mientras se acercan los terribles nubarrones de la guerra.
Esta es la primera de las cinco novelas de Las crónicas de los Cazalet, que nos cuenta la vida de esta saga familiar durante casi dos décadas. Como es lógico, al ser esta la novela inaugural, la autora nos presenta a todo el «familión». Tres generaciones, si no he contado mal diecinueve Cazalets pasaran por la obra. Sus edades oscilan entre la vejez de los fundadores: Kitty, la duquesita y William, el Brigada y el pequeño Wills, al que veremos nacer en el transcurso de la lectura. Elizabeth Jane Howard crea con precisión de orfebre a cada uno de sus personajes, ya sean principales o secundarios. Todos y cada uno son únicos, tienen su forma de ser, de sentir, de afrontar la vida. La autora con alguno es más exhaustiva a la hora de definirlos, como hace con los dos hijos mayores Edward y Hugh. Sin embargo, otros como el pequeño Neville o Kitty, la matriarca queda magníficamente retratada con un par párrafos.
Pero no sólo los Cazalet están creados con ese mimo, el personal de servicio como el Sr. Tonbridge que es mucho más que un secundario, sabremos hasta de los problemas con su quisquillosa esposa, es un personaje magnífico, tan imprescindible como cualquiera de los miembros de la familia. Incluso algunos como el Dr. Sherlock, que aparece solo unas pocas páginas están perfectamente creados y definidos tanto física como psicológicamente.
Todo este despliegue de personajes no es un mero ejercicio virtuosismo literario, que por supuesto lo es. Tiene un sentido narrativo, el de mostrarnos la actitud del pueblo británico ante la inminente guerra. Y es que en la novela veremos la serenidad de los viejos, que ya han pasado por ese trago en más de una ocasión. La amargura de aquellos que recuerdan como si fuera ayer el sufrimiento, el frío, las ratas o el gas, que padecieron dos décadas antes. Finalmente vemos la inocencia a medio camino entre el miedo y la inconsciencia de los más jóvenes, esos que se convertirán en víctimas en cuanto suene el primer tiro. Tan diversa como las edades de los personajes, es la posición social de éstos, que va mucho más allá que la simple diferenciación entre criados y señores. Hay miembros de la familia que tiene distintas situaciones económicas, también veremos muy variados tipos entre el personal, desde trabajadores cualificados netamente urbanos como Miss Millament a trabajadores poco cualificados que viven en el campo como Billy el joven ayudante del jardinero
Todo esto hace que el lector tenga una completísima información sobre Inglaterra y los ingleses de la época. Es esa gran variedad de personajes y de situaciones lo que me ha hecho recordar ese regalo de Irène Némirovsky que es Suite francesa.
Este es un libro hecho a fuego lento en el que aparentemente no pasa nada extraordinario, pero ¡vaya si pasan coas! Eso si todo ocurre sin estridencias, sin precipitación como suelen ocurrir durante las vacaciones de verano. Asistiremos a adulterios, a amores no correspondidos, a embarazos no deseados a nacimientos, a discrepancias familiares a las cambiantes amistades de los niños en unas largas vacaciones. Por pasar cosas hasta tendrán su propia epidemia. Eso si todo de un modo muy civilizado, muy… british y es que cuando estás leyendo sientes la irrefrenable necesidad de tomar un té, a ser posible sin esos sándwiches generalmente infames que lo suelen acompañan.
Algo que me ha llamado mucho la atención es que la autora igual que cuida a sus personajes, también lo hace con el lenguaje que estos usan, los niños hablan como niños, los adultos como adultos y esto aunque parezca una perogrullada, no lo es. La autora es capaz de cambiar del registro de los chicos al de los mayores con una agilidad asombrosa, parece que en lugar de leer los diálogos los escuchamos y eso a mi parecer no es fácil ya que en la novela, como en la vida real de una familia numerosa se producen innumerables conversaciones solo entre los pequeños, otras solo ente los mayores y muchísimas más entre los unos y los otros y esto la señora Howard lo borda. También me han parecido muy curiosa las continuas referencias que contiene la novela, que van desde clásicos como Hamlet a las novedades propias de la época en que trascurre la acción como Lo que el viento se llevó.
Si los otros cuatro títulos que forman las Crónicas de los Cazalet son capaces de mantener el impresionante nivel de Los años ligeros indudablemente estaremos ante dos grandes descubrimientos, por un lado el de esta familia y por otro el de su creadora, quien con una producción más bien corta, solo quince libros, se ha consagrado. Y es que Señora Perry no por publicar un centenar de obras, se alcanza la excelencia.
P.S. En 2001 la BBC, produjo una serie de seis capítulos que adapta las cinco novelas de Elizabeth Jane Howard.
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