Madrid 1614, han pasado diez largos años desde que apareciera la primera parte del “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha” y Don Miguel sigue sin entregar a su editor -Francisco Robles- la segunda. Para colmar su paciencia un tal Alonso Fernández de Avellaneda publica una segunda parte apócrifa. Robles, ante un inminente fracaso económico, encargará a su empleado Isidoro Montemayor que encuentre Avellaneda. Este es el argumento de Ladrones de tinta de Alfonso Mateo-Sagasta.
El libro es un minucioso retrato del siglo de oro español, el autor utiliza al peculiar Isidoro Montemayor, para introducirnos en los más dispares ambientes. Isidoro es en sí mismo un compendio de su tiempo: soldado en los tercios, gacetillero de los chismes de la Corte, aspirante a hidalgo, garitero de un tugurio de juego, amante de los libros y conocido de alguno de los más grandes literatos de la época.
El autor consigue situar una clásica novela detectivesca en un espacio y un tiempo que parece que nos son los más adecuados, pero consigue que no “chirríe”. En mí opinión el escritor consigue ligar la trama principal protagonizada por Montemayor con una serie de historias más cotidianas en las que aparecen personajes que sirven para mostrarnos la vida de la Capital del Imperio español.
En “Ladrones de tinta” pasearemos por palacios, figones, barberías, mancebías o teatros. En cada uno de ellos el autor nos presentará a algún “guía” que nos conducirá por un mundillo del que es miembro. Además esto servirá a Alfonso Mateo-Sagasta para enseñarnos las peculiaridades de cada uno de tan diversos ambientes. El libro está extraordinariamente documentado, pero no por ello se nos hace pesado. Descubriremos muchas cosas que para los lectores del siglo XXI nos resultarán sorprendentes.
Lo que más me ha gustado ha sido el “repaso”, literal, que el autor hace de alguno de los más grandes maestros de nuestras letras. La investigación de Isidoro le llevará a entrevistarse con Cervantes ak que Avellaneda tacha de homosexual, de consentidor de la prostitución de sus hermanas y manco. Para empezar no está mal ¿verdad? Montemayor a través de sus contactos en el ambiente literario buscará entre los rivales de Don Miguel al tal Fernández de Avellaneda. Así conocerá a Lope de Vega, tan brillante como pretencioso, un arribista de vida más que licenciosa pese a que hace años que profesó como sacerdote. Posteriormente nos encontraremos con el cáustico Quevedo, siempre dispuesto a una pendencia y a sobornar a quien sea con el oro de su señor. Luego conocerá a Tirso de Molina, también religioso y el que sale mejor parado en su calidad humana.
Si entre los escritores hay toda clase de envidias tanto artísticas como personales. Entre los poderosos y la Grandeza de España el tema se convierte en auténticamente tremendo. Escándalos urbanísticos como el del Duque de Lerma, que dejarían a cualquiera de los que salen hoy en los periódicos en un juego de niños. Todo tipo de traiciones y puñaladas – algunas reales – para situarse en la Corte de un Soberano mas amigo de las rogativas que del preocuparse de gobernar un Imperio y que como le ocurre al pescado empieza a corromperse por la cabeza.
Los dos últimos personajes son por un lado el pueblo llano, en el que hay de todo, como en botica, gente que trabaja o saca adelante sus negocios, soldados mutilados que mal viven de la caridad, picaros, aspirantes a hidalgos y legiones de furcias y de tahúres. Por último Madrid, mi ciudad, con sus plazas y sus iglesias con l von palacios calles y conventos, muchos de los cuales aún siguen en pié. Como alguien dojp de la magnífica letra de Antonio, Sánchez “una ciudad insufrible pero insustituible” –Pongamos que hablo de Madrid-.
Así que “Ladrones de tinta” es una novela para los que le gustan las de detectives, para los amantes de la novela histórica, para lectores de nuestros clásicos y para los que nos gusta Madrid. Y sobre todo muy entretenida, totalmente recomendable.
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