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Vuelve el “poli” que trga saliva.

Hace poco más de ocho meses os hablé de: «La playa de los ahogados», es la segunda novela de Domingo Villar protagonizada por el inspector vigués Leo Caldas. Como no soy un lector ordenado . Después leí la primera: «Ojos de agua”. Así que por último y casi   diez años después –de 2009 a 2019-, Leo vuelve a nuestras librerías y a nuestras casas. O sea, que incluso una suerte de  lector compulsivo, como yo, no ha tenido otro remedio que organizarse con los libros de Villar, afortunadamente, la serie se compone de tres  libros. Esta semana compartiré con vosotros la tercera: «El último barco».

Lo dicho, Domingo Villar, ha tardado casi una década en volver a poner a Caldas sobre el terreno de juego. En mi opinión, la espera está más que justificada. El “patrullero de las ondas” tendrá que investigar la desaparición de una profesora de cerámica. Con su muy aragonés ayudante, Rafael Estévez, deberá resolver este caso: es una desaparición voluntaria, un secuestro por motivo económico o un asesinato….

Como he referido arriba, esta es la tercera novela en la que Villar da el papel protagónico a Caldas. Esto hace que tanto el autor como el personaje crezcan y se enriquezcan. El autor ha ido alargando el “metraje” de sus obras, pasan de las poco más de doscientas cincuenta páginas de la primera a las setecientas de “El ultimo barco”. Esto, obviamente, no quiere decir que Villar gane en calidad de página por el mero motivo de escribir más, cosa que a mi parecer, consigue. Si no que ha evolucionar en su literatura. Sus personajes, ya sean principales os secundarios también lo hacen en la misma medida.

El inspector Caldas en esta tercera novela va abandonado su soledad, su sentimiento de vacío, de abandono. Su soledad, nunca su taciturnidad galaica. A mí me ha recordado a la estrofa de “La lista de la compra”, esa viejacanción de María Jiménez y Lichis que dice: “El mundo me parece más amable, más humano, menos raro”. Villar nos muestra a un Leo mucho menos sombrío que poco a poco va aparcando su hosquedad. Cada vez es un tipo más abierto, pero no deja de ser un hombre tranquilo, inteligente y cachazudo, uno de eso con los que apetece tomarse un vino y unos percebes en el “Eligio”, su bar de cabecera – como curiosidad os diré que esta taberna, que es real, se cerró y se reabrió en el proceso de escritura de “El último barco”.

La misma evolución que vemos en el personaje del inspector la vemos en Rafael Estévez, que pasa de ser una especie de energúmeno de dos metros y mano suelta, incapaz de empatizar con nadie, a ser un tipo mucho más templado, aunque sigue sin entender del todo a sus convecinos gallegos. Su futura paternidad parece haberlo aplacado bastante, aunque todavía es capaz de zarandear a un camarero por unos cubitos de hielo en un refresco. Clara Barcia y Ferro, los dos policías jóvenes que apoyan la investigación, también van ganando espacio en la novela, y en las siguientes, salvo error por mi parte, Villar nos mostrará mucho más a fondo a ambos. Sobre todo Barcia, a mi parecer un personaje con mucho recorrido.

Los últimos personajes, que a mí me han parecido que han ganado en importancia y en presencia. Son la ciudad de Vigo y sus poblaciones cercanas, las rías, los barcos, el mar, con sus playa, sus bares su paisaje y si paisanaje. En los que Domingo retrata a las gentes y a los pueblos de su Galicia natal con un cariño que invitan al lector a conocerlos. Por último el padre de Leo, un jubilado que se ha reinventado como bodeguero. Una persona que ha aprendido a sobrellevar una pronta viudedad. Que ha renegado de la ciudad para entregarse al campo y a la elaboración de su vino. Uno de esos padres a los que no valoramos hasta que se nos van. Farol, la “entrada” de diccionario, que es como Villar encabeza lo que otro llaman capítulos, en la que los Caldas comparten vino y contemplan las estrellas es de una ternura digna de Don Miguel Delibes.

Este es un libraco –setecientas páginas-, pero también un librazo. Una especie de novela negra costumbrista. Que consigue tenernos en vilo ante una trama policiaca, excelentemente resuelta por el autor. Pero que a su vez tiene el añadido de lo despacioso, de lo que nos hace disfrutar de unas descripciones de unas imágenes, que paladeamos como el buen  blanco  que dan las cepas de los Caldas, para paladear  sin prisa, pero sin deja que si caliente.

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